(1) Son las 4 la mañana con 35 minutos, si hemos de creer en el reloj de la esquina de Madero y Eje Central. Frente a él, de pie frente a Bellas Artes, sobre Avenida Juárez Ángela y yo esperamos un taxi. Cinco minutos antes, estuvimos bebiendo el horrible café del Sanborns de la esquina (no tan horrible según ella).
Media hora antes estábamos en el cruce de 16 de Septiembre y Gante, frente a uno de los palacios de la zona, tomándole fotografías sentados en el piso. Cuatro horas antes, estuvimos hablando de abducciones y confusiones mentales en la calle Higuera de Coyoacán.
Y cinco minutos después, a las 4:40 yo estaría dejando a Ángela del otro lado de la Avenida, diciéndole que espere, que iría a mirar si no había alguien gravemente lastimado. En el momento del impacto podría mirar a dos mariachis saltando para salvarse; al auto que salió de la nada hacer polvo la defensa trasera de un taxi, y a su ebrio chofer salir de la puerta retorcida, con apenas unas astillas incrustadas en su frente.
Después del grito de Ángela, impávido como la mayoría de las veces a mí sólo se me ocurriría soltar un pendantísimo: Bienvenida a la Ciudad de México.
Ha sido una noche ideal para el cazador de historias.
(2) ¿Tuvimos alguna relación de causalidad con este accidente? Depende de cómo quiera mirarse. Como he dicho antes nosotros estábamos sobre Avenida Juárez, mirando en dirección al Monumento a la Revolución. Un taxista pasó sobre Eje Central y nos observó, intuyó que necesitábamos un vehículo y se detuvo apenas cruzó Madero. Sin embargo, no tocó el claxon, únicamente se quedó ahí parado por unos instantes. Casualmente yo miré hacia mi derecha y me percaté que nos esperaba. Fue cuando le dije a Ángela que lo abordásemos. Así que primero cruzamos Avenida Juárez para luego atravesar el Eje Central. Apenas dimos el primer paso para hacer esto último cuando aquél otro auto salió de la nada, viniendo desde el sur sobre el Eje a gran velocidad. De inmediato vino el violento impacto. Así que tal vez si no estuviésemos Ángela y yo en ese preciso lugar en ese momento, el taxi que se había detenido por nosotros hubiese seguido su camino. Quizá el ebrio conductor hubiese estado involucrado en otro accidente más adelante. O quizá le salvamos la vida a él, tal vez ese otro hipotético accidente hubiese sido más grave (no quiero ni pensar si hubiese llegado a la altura de Garibaldi, donde hay mucho más autos y peatones borrachos yendo y viniendo sobre el Eje Central). Ángela tenía un poco de culpa por el taxista, pero yo no había pensado en esto hasta ahora, un poco más fríamente y sí, quizá Ángela salvaste algunas vidas esa noche, porque de alguna manera no hubiésemos estado allí si tú no estuvieses en la ciudad. Pero es inútil especular, como siempre ¿no?